El duelo como proceso natural
- Rubén Peralta
- 18 jul 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 26 dic 2020

Historia que no es ajena

El olor a cigarrillo era invariablemente un elemento imprescindible que aderezaba el entorno en el interior del carro de mi padre, él se apuntaba a llevarme todos los días a mi trabajo. Me gustaba su compañía y disfrutaba mucho de sus pláticas, las cuales ilustraba con interminables anécdotas; siempre aprovechaba la menor oportunidad para expresar el orgullo que sentía cuando me veía entrar a mi trabajo, porque me decía que esa imagen coronaba muchos esfuerzos, sacrificios e ilusiones. Con él, el viaje a mi oficina era siempre muy corto, porque tal parece que cuando estás con personas agradables el tiempo pasa de prisa.
Ese día fue atípico porque el señor que vendía el periódico y al cual mi papá siempre le compraba; al menos desde que yo recuerdo, no estaba en su lugar habitual. El señor del periódico solía merodear el último semáforo, antes de llegar a mi centro de trabajo. Recuerdo también que muchas veces cuando el semáforo sufría algún desperfecto, este mismo señor; amablemente hacía labores similares a la de un oficial de tránsito.
La cita
"Lo que una vez disfrutamos, nunca lo perdemos.
Todo lo que amamos profundamente,
se convierte en parte de nosotros mismos"
Hellen Keller

Cuando desperté no sabía en donde estaba, ni lo que había ocurrido. Inmediatamente después supe que estaba en un hospital, solo bastó mirar alrededor para saberlo, pero no para entenderlo. Enseguida la enfermera que estaba atendiéndome respondió la pregunta que no le hice.
- Señorita tuvo usted un accidente, afortunadamente salio muy bien de la operación y esta fuera de peligro.
- ¿Operación? Me volví a preguntar.
Negación

Estaba por cerrarse la puerta después de que la enfermera abandonaba la habitación, cuando justo apareció mi mamá acompañada de mi hermano menor. Fueron ellos los encargados de enterarme de lo sucedido dándome al mismo tiempo, sabiéndolo o no; una sobredosis de realidad que termino por asestarme un tremendo nocaut.
Volví a contestar sin expresarlo, -¡No puede ser!
Me quede callada, confundida, incrédula.
No podía, pero sobre todo no quería creer que lo que más amaba en este mundo, que era mi padre hubiera fallecido y que una de mis piernas también la hubiera perdido.
Quería pensar que tan sólo era una terrible pesadilla de la cual podía despertar en cualquier momento.
Ira

No había sentido dolor alguno, pero debo decir que después de platicar con mis familiares, acto seguido; experimente un dolor que nunca me había imaginado que existiera un dolor así de fuerte, duro y cruel. El muñon de mi pierna me dolía de manera insostenible, sentía como palpitaba y cada vez que palpitaba parecía estallar; pero lo que más me dolía era mi alma. No sabia que mis propios pensamientos pudieran algún día doler de esta manera, que me hicieran daño y que me lastimaran como lo estaban haciendo. Todo lo que percibía y todas mis emociones me dolían, me dolía no tener voluntad para nada. El dolor de la muerte de mi padre me dolía en todo el cuerpo, en toda el alma y en todo mi espíritu.
La emoción más sensible era la ira, estaba enojada todo el día con todos y por todo. Me enoje con el mundo y cuestione a Dios como dije que nunca lo haría. El coraje me desbordaba, estaba muy enojada hasta conmigo misma.
Negociación
Mi pierna, particularmente el muñón de la misma no mostraba la mejoría esperada por los doctores, no mostraba indicios de cicatrización y me seguía doliendo mucho más de lo que debería. La verdad sea dicha, lo cierto es que no me cuidaba como me lo recomendaban, no tomaba los medicamentos en los horarios indicados, no tenía mi pierna el reposo necesario, en fin; las condiciones no estaban dadas para que la rehabilitación fuera una realidad. Evidentemente que este contexto me generaba angustia y sobre todo culpa.
De la misma manera estaba sucediendo en mi vida con la muerte de mi padre, no había buen consejo, ni existía persona alguna que comprendiera lo que estaba yo viviendo. Por tal motivo, todo indicaba que yo no estaba cooperando para salir pronto de esta situación. Efectivamente que esto también me causaba angustia y una gran culpa.
En esta etapa, recuerdo muy bien que todo el día y todos los días me ensimismaba preguntándome una y mil cosas, sin encontrar respuestas razonables. Frecuentemente me encontraba preguntándome de que manera pude haber evitado el fatal accidente. ¿Porque nunca le dije a mi papá que ya no me llevara al trabajo, si yo podía irme sola? ¿Porque nunca arreglaron perfectamente el semáforo? ¿Porque ese día el señor de los periódicos no fue trabajar, si nunca faltaba? ¿Porque la persona que nos choco iba a exceso de velocidad? ¿Porque tanta irresponsabilidad de las personas al conducir un vehículo? ¿Porque murió él? ¿Porque no morí yo? ¿Porque las personas buenas se mueren y a las personas malas, no les pasa nada? ¿Porque no le dí a mi papá ese nieto(a) que tanto anhelaba? Porque, porque y muchos más porqués... Me sentía cada vez más culpable.
No me estaba dando cuenta que la culpa estaba cubriendo mi furia. De igual manera sentía una loza pesada encima de mi, de la cual creía merecerla y no poder levantarme nunca.
Depresión

Por fin apareció en el muñón de mi pierna la esperada costra, la cual decían los doctores que me ayudaría como barrera protectora para favorecer la regeneración de los tejidos. Simultáneamente mi vida se asemejaba a esa costra, era dura, seca, mirando hacia dentro, retraída. Lo que había sido en un principio ira y después culpa, ahora era una tristeza muy profunda.
Me sentía desolada, sin consuelo. Había una ruina en mi interior. No había optimismo, ánimo, esperanza ni ilusiones. Había cansancio, insomnio, irritabilidad, alteraciones en mi apetito y en mi peso, dificultad para concentrarme, preocupación constante, dolor de cabeza, disfunción sexual y lo peor, pensamientos suicidas.
En reiteradas ocasiones, recuerdo que me causaba hasta placer el dolor que sentía cuando desprendía la costra de mi herida. Era muy difícil creer que debajo de esa costra se estaban restaurando mis tejidos, era más certero mi sufrimiento emocional y sólo el dolor físico sabía contrarrestarlo.
En esta etapa, es muy difícil creer que alguien más puede entender lo que estamos sintiendo y mucho menos que pueda ayudarnos. Es tal la debilidad de nuestra alma que, nuestras propias acciones, -influenciadas por nuestros propios pensamientos y el mal manejo de nuestras emociones- juegan en contra.
¡Somos prisioneros y carceleros de nosotros mismos!
Aceptación
Pasado un tiempo y sólo cuidando de esa costra, ayudándola a que favorezca la reconstrucción de los tejidos, es como pude ver la cicatriz en el muñón. Siempre supe que el tiempo era necesario, siempre supe que era inevitable experimentar todo este proceso; sin embargo, aún en contra de mi voluntad tuve que vivirlo.
Al principio, miraba la cicatriz a cada rato; después la miraba de vez en cuando. Al principio la tocaba y todavía sentía dolor; después que el dolor iba disminuyendo al mismo tiempo que la cicatriz tomaba mayor firmeza. Al final cuando pude tocarla y no sentí dolor, supe que la HISTORIA apenas nacía.
Recuerdo que en mi vida, aún en contra de mi voluntad; supe que tenia que APRENDER a experimentar y manejar a mi favor las emociones. Aprendí también a pensar con libertad y a ser consciente de mis comportamientos. Aprendí acerca del origen de mi sistema de creencias, aprendí a expresar mis emociones y sentimientos, aprendí a tener un dialogo interno que sirviera para escucharme, conocerme, comprenderme, aceptarme y complacerme. Aprendí hacer actos de conciencia, aprendí el poder de mi expresión verbal y corporal. En fin, APRENDÍ que uno tiene que aprender, porque no estamos preparados para adversidades de este tipo.
En mi vida sucedía una analogía increíble, me estaba sucediendo lo mismo que con mi pierna.
Más tarde cuando pude analizar la historia, sorpresivamente descubrí que esta misma analogía se había presentado desde el principio y me acompaño hasta el fin.
Ahora sólo quiero seguir viviendo para aplicar las enseñanzas que mi padre me ha dejado y alcanzar objetivos vitales que seguramente le darían satisfacciones. Está sería una excelente opción de para honrar su memoria.

Otra cita
"Mi cicatriz me recuerda que sobreviví a una herida profunda.
Eso en sí mismo, es un gran logro"
Steve Goodier
Importante

No necesariamente las personas pasan por todas estas etapas ni en ese orden específico, así que el duelo se puede manifestar de distintas maneras y en momentos diferentes para cada persona.
Consulten la teoría de las 5 fases del duelo desarrollada por la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross vigente desde 1969.
Peralta Lazo
PSICÓLOGO
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